
No hay que temer a expresar tus deseos. Seguro que tienes algo que te excita por encima de todo, así que piensa en aquello que te resulta morboso y te enciende a niveles bárbaros. Tener fetiches no es algo de lo que debamos avergonzarnos, ni temer a ser juzgados por querer expresarlos en voz alta. Cuando te adentras en un mundo liberal, a diferencia de las relaciones convencionales, estos miedos se disipan y, confesar nuestras fantasías y fetiches, pasan a formar parte de nuestra vida cotidiana.
Existen una ligera diferencia entre fetiche y fantasía. Mientras el primero es un instinto que no podemos controlar, esa excitación a ver un tipo de lencería específica, un complemento de vestuario, una parte del cuerpo, una decoración corporal, como pueden ser los tatuajes o piercings, o incluso encontrarse en una situación concreta.
Cualquiera de estos ejemplos y algunos que puedan parecerte extraños son parte de nuestra sexualidad más oculta, esa que nuestro subconsciente considera como excitantes. Y ante estos, solo podemos reaccionar de una forma, llevando a cabo esos deseos, pero esto solo podemos hacerlo, expresándolo sin miedo ante nuestra pareja, que será la que nos ayudará a realizarlo.
Por otro lado está la fantasía, ese acto que depende de nosotros. La curiosidad de experimentar aquello que no está fácilmente a nuestro alcance, pero ansiamos tanto, que solo de plantearlo en nuestra mente, la temperatura corporal asciende sin control. En este punto es cuando, proponer realizar esta fantasía, ha de ser sencillo, sin barreras para comunicarlo a quien tenemos a nuestro lado.
La libertad de hablar sobre nuestra sexualidad, fetiches o fantasías, es vital en un mundo no convencional y liberal.
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