
Admiro por última vez a la mujer hermosa, elegante y segura que se refleja en el espejo, antes de dirigirme al salón de actos del hotel, donde, a pesar de que solo una de las conferencias corre a mi cargo, permaneceré toda la jornada en lo alto de esa tarima, expuesta a la mirada curiosa de todos.
Al traspasar la puerta de la sala, pocas personas permanecen inmutables ante mi presencia, mientras que un gran porcentaje, endereza sus espaldas y analizan mis pasos. Es lo que tiene ser el CEO de una de las mayores empresas, en un sector empresarial dirigido por y para hombres, como es la industria del motor. Llegar a liderar una de las empresas líder en la fabricación de productos para el automóvil, como sistemas de freno, transmisión, dirección y suspensión, me ha costado un enorme esfuerzo, demostrando mi más que ganada cualificación, así como recibido crueles críticas machistas. No obstante, aquí estoy, en lo alto de la cadena, temida y respetada por mi rectitud y carácter frígido.
Durante la conferencia, observo a quienes vienen en representación de sus empresas, para tomar ejemplo, idear productos novedosos, aumentar sus ventas, y gestionar mejor sus futuras adquisiciones; casi todos ellos son hombres de edad avanzada y con una imagen descuidada, pese a sus caros trajes y camisas impolutas.
A falta de unos minutos para finalizar la primera charla, busco entre el público al hombre que me salvará de preguntas estúpidas, durante el descanso. Justo cuando localizo a Marcos, mi entrepierna comienza a vibrar, la temperatura de mi cuerpo aumenta y nuestras miradas quedan ancladas durante unos segundos. A partir de aquí, su sonrisa perversa, a la vez que seductora, me advierte de que la jornada se complica por momentos.
Estoy ansiosa por desaparecer y suplicarle que me libre de esta tensión, no obstante, los minutos se hacen eternos y él parece divertido alargando mi tortura, al provocar que algunos hombres detengan mis pasos para entretenerme con absurdos comentarios.
Y mis posibilidades de huida se desvanecen al escuchar una voz potenciada por los micrófonos, que llama la atención de todos los allí presentes, para avisar de la reanudación de la conferencia. La calma regresa durante la siguiente media hora, momento que aprovecho para relajarme y exponer mi presentación.
Al mediodía, todos se dirigen al comedor, momento que aprovecho para escaparme al baño. Allí me espera una caja sorpresa con mi nombre. Al abrirla, una nota me indica que debo cambiar de juguete.
Sí, la vibración era literal, y me temo que ahora toca nuevo experimento. Tomo entre mis manos el dildo, lo unto con un poco de lubricante y...
—No tan rápido, morena.
Estaba tan concentrada que olvidé cerrar la puerta con pestillo. Ahora, este hombre, encargado de hacerme vibrar, se dirige hacia mí tras cerrar la puerta, me levanta la falda lentamente, hasta colocarla a la altura de la cintura, aparta el tanga con cuidado y se apodera del vibrador que sostengo entre mis manos.
Me acaricia las nalgas con una mano, mientras que, con la otra, lo coloca en la entrada de mi ano, para acariciarlo y esparcir el lubricante. Una vez introducido el primer centímetro, alcanza mi clítoris y lo masajea con delicadeza. Me mira muy serio a través del espejo antes de repartir tiernos besos por mi cuello despejado, gracias a una cola alta que hace mi estilo tan elegante como poderoso y siento el aparato adentrarse en mi interior con suma cautela, mientras realiza algunos movimientos que me enloquecen. En su camino al interior de mi cuerpo, no cesa de acariciarme y susurrarme palabras que me estremecen, me mantiene al borde del abismo, a la par que me regala un placer desbordante. No pierdo de vista su rostro a través del espejo, y mi felicidad aumenta a ver que es incapaz de disimular su propia excitación, aún con su semblante serio e impasible.
De pronto se acaba y Marcos se aparta de mí. A pesar de sentir el juguete abarcando por completo mi interior, siento un vacío inquietante. Ya está colocado y llegó el momento de continuar, así que ambos, tras una mirada penetrante y encendidos en una pasión desmesurada que ninguno de los dos quiere demostrar, nos recomponemos en la medida de lo posible y regresamos al comedor.
Por la tarde, solo nos espera una larga charla, donde se repite el episodio de la mañana, con una pequeña diferencia, pues ahora siento vibrar todo mi cuerpo, no solo los últimos minutos, sino cada diez o quince minutos.
Jamás había deseado con tantas ganas, que alguien me follara duro hasta destrozarme, pero mi tortura se alarga, pues al finalizar, regreso al baño con la esperanza de liberarme de esta tensión, sin embargo, tal y como me deshago del consolador, oigo que llaman a la puerta alertándome de que debo reaparecer de inmediato en el salón. Busco algún detalle que me indique el nuevo juego que me ha preparado mi amante, sin éxito. Debo darme prisa, así que abro mi bolso, dispuesta a retocarme con rapidez y dirigirme al restaurante, cuando detecto un paquetito en su interior. Confundida y con la duda de cómo ha conseguido dejarlo ahí, lo abro y descubro unas braguitas, no son de mi estilo, pero no dispongo de tiempo para dudar ni hacer preguntas.
Al colocármelas, me doy cuenta de que hay un pequeño bolsillo con una pieza plana y poco flexible en su interior, justo en el punto donde descansa mi clítoris. Tras soplar con energía, pensando en la que me espera, salgo decidida a enfrentarme a la última de las pruebas, esa en la que debo cerrar algunos acuerdos importantes para la empresa.
Durante la cena, todo transcurre con extrema tranquilidad y sin sobresaltos, por lo que, al terminar, camino extrañada e incluso algo decepcionada, hacia el ascensor que me llevará hasta la planta donde está situada mi habitación. Pero algo se interpone en mi camino.
La mirada de otro hombre que no había visto en todo el evento me inquieta y excita a partes iguales, pues es altamente penetrante y firme. Esto, unido a una sonrisa seductora y juguetona, me indica que puede ser peligrosa su cercanía, aun así, su aroma es como un imán para mí.
—¿Te han gustado los regalos?
—¿Disculpa?
—Ja, ja, ja.—La distancia se desvanece y sus labios rozan mi cuello para seguir hablando.—Tengo unas ganas tremendas de quitarte esas braguitas que llevas puestas, pero antes quiero estrenarlas mientras te miro a los ojos y veo cómo te derrites por mí.—Y ya no hace falta más, para esas palabras susurradas, conviertan en gelatina pura mis piernas.
Con un guiño acompañado de un, casi imperceptible gesto, me indica que lo siga, y así lo hago. Nos sentamos en un taburete alto junto a una de las mesas situadas en el bar del hotel y el silencio se hace presente, hasta que el camarero nos sirvelas copas.
Está muy cerca de mí y es inevitable rozar, de forma constante, nuestras piernas. Nuestros serios e impasibles rostros están a pocos centímetros, mientras me susurra algunas de sus fantasías, que me encienden sin necesidad de activar el chisme que llevo entre las piernas, así que puedes imaginarte mi nivel de agitación, cuando empiezo a sentir un sutil cosquilleo en mi zona íntima. Mi nerviosismo se eleva, el cuerpo me arde en llamas y la copa que tengo frente a mí, se vacía con mayor rapidez.
Hugo se levanta y me rodea la cintura, animándome a seguirlo. Miro a mi alrededor en busca de alguna cara conocida, rezando porque nadie se percate de lo caliente que estoy. No soy capaz de pensar en nada más, mis neuronas están demasiado fritas, por la montaña rusa que he vivido durante todo el día. Suficiente esfuerzo hago con caminar sin tropezar, pues el cosquilleo continúa haciendo de las suyas cuando menos me lo espero, unas veces con mayor intensidad que otras, pero sin dejar que alcance el clímax.
Al llegar a mi habitación, me doy de bruces con la última de las sorpresas. Ante nosotros se encuentra Marcos, impasible, radiante y con la promesa de darme aquello que me merezco. Su aspecto impoluto, ese que muestra cada día, como uno de los responsables más agresivos del sector financiero, se convierte en puro fuego para mis entrañas.
Doy media vuelta y me dirijo hacia Hugo, quien espera impaciente mi reacción. No le hago esperar más y me abalanzo sobre sus labios, demostrándole mi deseo por comenzar, lo que promete ser una noche repleta de lujuria y pasión desmesurada. Nuestras bocas explotan con absoluto deseo y las caricias se multiplican en todas direcciones. La ropa se disipa sin compasión y el sonido de nuestros gemidos colman el silencio que nos rodea.
La frialdad y el aplomo que reinaba durante el congreso se transforma en una enloquecedora lucha por volatilizarnos, como si de un camión repleto de dinamita se tratase. Un juego sexual sin límites en el que, el único objetivo es disfrutar entre los tres, ofreciéndonos placer absoluto de todas las maneras posibles.
A la mañana siguiente, me despierto entre ellos y las imágenes de la noche anterior regresan sin compasión, pero debo prepararme para otro día en mi lucha por la supervivencia entre hombres machistas.
Cierro los ojos bajo la ducha y siento el tacto de cuatro manos, que regresan para enjabonarme, deleitándose en cada centímetro de mi cuerpo, consiguiendo que me relaje con otro orgasmo.
Ambos se tumban en la cama, mientras me enfundo en un traje tan serio y anodino como los asistentes a la conferencia. Una vez lista para salir de la habitación, miro la pantalla del móvil y, tras ver que voy con suficiente tiempo, los miro y me decido a darles su merecido.
Mientras Marcos observa, tomo el miembro de Hugo y lo masajeo ante su sorpresa, antes de introducirlo por completo en mi boca, lo acaricio con la lengua, esparzo saliva por todo su tronco y continúo dándole placer con el roce de mislabios, repitiendo la operación hasta que él no puede más y expulsa su semen. Lamo cada gota hasta dejarlo limpio y le sonrío mientras voy en busca de mi otro dios del sexo para poseer su elixir, tal y como acabo de hacer con el primero.
Justo en el umbral de la puerta, me detengo para ponerme el único complemento que me distingue del resto de empresarios, mis zapatos de tacón de aguja, miro al interior de la habitación y observo a mi marido Hugo, quien se ha encargado de regalarme una de mis fantasías, junto a mi amante Marcos, de manera inesperada.
Con Hugo en mis pensamientos me dirijo hacia el evento, con una sonrisa de felicidad por encontrar a un hombre con el que sé que nuestras vidas juntos, siempre estarán llenas de fantasías hechas realidad, situaciones excitantes y una pasión inagotable.
Sonrisa que borro al instante en que las puertas del ascensor se abren y una multitud de hombres, con traje y corbata, aparecen ante mí, pues he de seguir aparentando ser la mujer más despiadada e imperturbable del planeta.
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